¡Hola! Quiero contarte cómo y por qué estoy aquí hablándote de la inflamación crónica. Sin saberlo, vivía con altos niveles de inflamación y por muchos años pensé que todo era muy normal y después de muchos años el cuerpo respondió enfermando.
Predominaba el dolor en las articulaciones de mis manos, a tal punto que no alcanzaba a cerrarla y hacer puño.
A mis 16 años experimenté un episodio de dolor en las rodillas, los codos y las muñecas que se resolvió con analgésicos, pero nunca llegamos a dar con una causa.
Fueron varias visitas al médico pero sin un panorama claro ni un diagnóstico.
El episodio se repitió y automáticamente recurría a los analgésicos. Dos años después, los síntomas aumentaron progresivamente hasta incapacitarme. Apenas comenzaba mi carrera en la Escuela de Medicina y tomar apuntes en clase se había convertido en todo un reto.
La inflamación fue agravando y se sumaron otros síntomas.
Siempre tenía sueño y no lograba concentrarme. Mi memoria fallaba y el estrés de la carrera no me estaba ayudando.
Fue año de visitas médicas, muchas evaluaciones, exámenes y analíticas, hasta que finalmente el doctor me dió su apreciación:
En ese momento sentí que me moría y mi mente fatalista comenzó la peor de las historias… en fracciones de segundos pasaba por mi mente, como una cinta de película, la imagen de mi cuerpo encamada muriéndome a muy temprana edad.
Supuse que la expresión de mi rostro y mi acelerada respiración (conteniendo las lágrimas) me delataban y mostraba a los presentes el gran miedo que sentía. Y aunque intentaba mostrar tranquilidad, sentía que me desplomaba por dentro. Sentía que mi vida y mi carrera, que apenas comenzaba, se verían truncados por esta nueva condición que me causaba tanta inflamación y dolor.
Todo fue mejorando con el tratamiento que me indicaron, corticoides, analgésicos e hidroxicloroquina… mis dedos comenzaron a desinflamar y a los pocos meses con ayuda de fisioterapia volvieron a su grosor habitual y a recobrar sus movimientos sin dolor.
Nada mal. Ninguna recaída en 28 años. Mi vida fue normalizando en todos esos años y tener la enfermedad controlada me permitía vivir de una manera muy normal.
Ya no tenía limitación con mis movimientos. Siempre me mantuve activa y mi inflamación había bajado al máximo… más nunca sentí limitaciones en mis movimientos. Sabía que los corticoides me habían ayudado a bajar la inflamación y algo había quedado muy claro: obviar la dosis era sinónimo de dolor.
Un pequeño olvido y la misma inflamación de mis dedos me harían correr en busca de ellos y así pasaron muchos años, decidida a entregarme a la farmacodependencia, pues nunca vi nada de malo en usar corticoides para controlar mi enfermedad.
La fertilidad fue un episodio duro en mi vida, donde mi enfermedad tuvo mucho que ver (una historia bastante larga de mi vida que me quedará pendiente contarles) y recibí altas dosis de corticoides por unos cuantos años. Pero una vez que Sofia y Daniel nacieron ya no había una real indicación de mantenerme con dosis altas, así que intenté volver a mi dosis habitual.
Sin éxito… fracaso total. Había mucha inflamación y el dolor comenzaba con el primer paso que daba, desde el talón hasta hombros y manos, así que me mantuve tomando altas dosis incluso hasta meses después del postparto
Un día común cuidando a mis peques, caminaba descalza detrás de Sofía que apenas aprendía a caminar. Una pisada con el pie descalzo fue suficiente para que se fracturara.
Un hecho que me hizo reflexionar… La fragilidad en los huesos es un efecto secundario del uso de corticoides por mucho tiempo y yo la estaba manifestando con mi pie fracturado.
Y así es como comienza la segunda parte de mi historia con la inflamación crónica en la que busco activamente mejorar la inflamación, con la simple intención de bajar la dosis de corticoides y evitar sus efectos secundarios y por supuesto vivir sin dolor.